miércoles, 30 de septiembre de 2009

Destino Woodstock, pelicula de Ang Lee


Que a Ang Lee lo descubrió mucha gente gracias a ‘Brokeback Mountain’ no es ningún secreto. Tampoco ningún problema. Total, aquellos cinéfilos que suelen quejarse de que los directores contemporáneos siempre hacen las mismas películas, encontrarse con alguien que lo mismo te suelta un western que un drama de época debe ser un gustazo. Y los que por el contrario son fieles al sello de un autor tienen en el taiwanés, sin duda, uno de los más personales realizadores del momento. Una apuesta segura. Por ejemplo, ‘La tormenta de hielo’ y ‘Tigre y Dragón’ -dos de sus mejores filmes a juicio del que esto escribe- no pueden ser más distintos, pero algo, no sabes explicar qué, te dice que detrás de ellos está la mente del mismo genio. Un tío, en las distancias cortas, simpático y bromista que demuestra que los grandes no tienen por qué ser divos bordes por definición. Y aunque sólo sea por eso se merece total devoción incluso cuando presenta una película como ‘Destino Woodstock’, que lejos de ser un desastre, se queda pequeña al lado de una filmografía tan limpia e impoluta. Sí, también incluida la de ‘Hulk’, ¿qué pasa?


Ante todo, avisar que aquellos que acudan al cine pensando que van a ver una recreación de los conciertos que gente como Janis Joplin, Joan Baez o Jimi Hendrix dieron en agosto de 1969 que se quiten la idea de la cabeza, puesto que Lee ha preferido contar la historia desde otra óptica, la de Elliot Tiber: un joven decorador de Nueva York que tuvo un papel muy importante a la hora de convertir en leyenda el festival gracias a que convenció a algunos habitantes del pequeño pueblo de White Lake para que acogieran los conciertos que el pueblo de Woodstock había prohibido a pocos días de celebrarse. Una excusa para mostrar al público un divertido mosaico de personajes en el que destaca, por encima de todos, Imelda Staunton, la gruñona madre de Elliot que protagoniza con sus gruñidos y gestos -genial cómo manda a escobazos a un grupo de actores desnudos que viven en su granero- las escenas más cómicas del filme. Aunque Liev Schreiver tampoco se queda detrás dando vida a la travesti Vilma.

Porque esta es otra gran noticia. Después de bien de dramas y más dramas, Ang Lee ha vuelto a la comedia pura y dura con, afortunadamente, muy poquitas concesiones a la moraleja y la lágrima fácil. El director narra pero no juzga, al menos no a los hippies que, en manos de cualquier otro, habrían caído en la total caricatura. Y se agradece la postura, puesto que para demonizar los excesos de la juventud ya tenemos los noticiarios de cada día y nuestras propias conversaciones. A partes iguales. Que siempre nos creemos muy originales y machitos por las tonterías que podemos llegar a hacer en el FIB o similares y resulta que ya estaba todo inventado hace cuatro décadas. ¿Acaso no tiene gracia?

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